El vino, más allá de ser una bebida, es una manifestación cultural, sensorial y artística. Y entre sus muchos atributos, el color es el primer susurro que nos lanza antes del primer sorbo. La tonalidad del vino nos habla de su edad, su método de elaboración, su variedad de uva y hasta del tipo de suelo donde creció.
En este artículo, exploramos cómo los colores del vino son mucho más que una simple  característica visual: son el prólogo de su historia.
 
Vinos blancos: desde el verdoso juvenil hasta el ámbar maduro
 
Aunque se les denomine “blancos”, sus tonos abarcan desde el amarillo pálido con reflejos verdosos hasta el dorado intenso o ámbar profundo. Los blancos jóvenes, como el Sauvignon Blanc o el Torrontés, suelen tener un color ligero, señal de frescura y alta acidez. A medida que envejecen —especialmente si pasan por barrica— adoptan tonos más dorados, indicando una mayor complejidad aromática y textura.
 
• Amarillo verdoso: frescura, notas cítricas, ideal para días calurosos.
• Dorado profundo: posible crianza en madera, sabores más untuosos y matices como miel o frutos secos.
Vinos rosados: juventud, frescura y alegría en tonos delicados
El rosado, siempre versátil y encantador, se ubica entre el blanco y el tinto. Su color varía en función del tiempo que el mosto pasa en contacto con las pieles de uva. Desde el rosa muy pálido hasta el salmón intenso, estos vinos transmiten sensaciones vivas y despreocupadas.
• Rosa pálido: estilo provenzal, notas florales, elegancia ligera.
• Salmón: más cuerpo, fruta roja madura, ideal para maridar con platos más atrevidos.
Vinos tintos: profundidad cromática y evolución en copa
Los tintos son los que exhiben la mayor riqueza cromática. En su juventud, muestran tonos violáceos o púrpura intenso. Con el paso del tiempo, evolucionan hacia el rojo cereza, el granate y finalmente el marrón teja. Esta transformación indica envejecimiento, oxigenación y mayor complejidad aromática.
• Púrpura brillante: juventud, frutas rojas frescas, acidez marcada.
• Rojo rubí o cereza: equilibrio, cuerpo medio, elegancia.
• Granate o teja: envejecimiento, notas terciarias como cuero, tabaco o especias.
 
El color como herramienta de análisis.
 
Observar el vino a contraluz o sobre un fondo blanco nos ayuda a identificar su intensidad y matices. La limpidez y el brillo también son indicadores de calidad. En catas profesionales, el color es el primer paso en el análisis sensorial, y no se subestima su importancia.
 
Cada copa de vino es un lienzo líquido que nos cuenta su historia a través del color. Así como un artista elige sus pigmentos con intención, el vino revela en sus tonos un universo de sensaciones. La próxima vez que levantes tu copa, dedica unos segundos a observar ese color: puede decirte mucho más de lo que imaginas